Cuando recordamos los hechos ocurridos el 29 y 30 de mayo de 1969 siempre rescatamos a sus protagonistas principales, destacamos la unión obrero estudiantil, el acompañamiento del pueblo en su conjunto, y resaltamos las transformaciones que marcaron una nueva era en la vida social y política de las argentinas y los argentinos.

El Cordobazo se inscribió en la memoria colectiva como pocos hechos históricos: la gran gesta cordobesa que logró debilitar el régimen de Onganía abriendo paso a la recuperación democrática. El recuerdo del Cordobazo resalta a sus grandes lideres sindicales por su unidad en la acción y por la capacidad de planificación y movilización.

El Cordobazo ha sido recordado, estudiado y reflexionado desde una clave masculina hasta no hace mucho tiempo. De hecho, fue una movilización mayoritariamente masculina. ¿Quién podría negar a los líderes sindicales de las multitudinarias columnas de obreros y estudiantes durante aquellas jornadas? Sin embargo, esto no alcanza para explicar la ausencia de las mujeres en los libros, las fotografías y las conmemoraciones del Cordobazo. ¿Dónde estábamos? ¿Y nosotras? ¿Las mujeres?

Estábamos ahí. En las barricadas, en la universidad, en las fábricas, en la calle. Si lo analizamos en números la participación fue menor que los hombres, las mujeres nos encontrábamos condicionadas por estereotipos ligados al género y este aspecto influía en los puestos laborales y, por supuesto, en los sueldos siempre más bajos. Había una división sexual del trabajo, que se mantiene, salvando las distancias, en la actualidad. Las mujeres estaban ligadas principalmente a la industria textil, al calzado, al sector alimentario, de salud y a la docencia. Pero estuvimos allí, existimos, planificamos, nos organizamos en las reuniones previas, llevamos comida a los presos políticos, hicimos frente a la policía, avivamos las barricadas. Lo hicimos de diferentes modos, con diferentes edades, clases sociales, líneas políticas, distintos estados civiles. Lo hicimos jugando un rol protagónico, aunque la historia nos ocultó.

Como lo recuerda uno de los máximos líderes de aquellas jornadas, Elpidio Torres, el Cordobazo fue “el día de los techos limpios”, porque todas las vecinas y vecinos tiraban todo lo que tenían para alimentar el fuego de las barricadas; y no se olvida cuando, en medio del fragor callejero, vio a las monjas del Buen Pastor arrojar este tipo de trastos viejos desde el techo provocando el vitoreo de las compañeras y los compañeros. Hermosos detalles sin los cuales el conjunto de los hechos no cobra sentido ni fuerza. Estuvimos y formamos parte. También lo sufrimos. Como cuenta el mismo Elpidio cuando su mujer, Betty Gutiérrez Brandán y sus hijos sufren un atentando en su propia casa la noche del 30 de mayo del 69. Reconocernos y nombrarnos es una deuda pendiente: restituir a las mujeres trabajadoras en el lugar de sus acontecimientos.

Dice la socióloga Elizabeth Jelin que “un primer hito en la trayectoria feminista fue el descubrimiento de la invisibilidad social de las mujeres: en el trabajo doméstico no valorizado, oculto de la mirada pública y en la retaguardia de las luchas históricas ‘detrás’ de los ‘grandes hombres’”. Y todos sabemos que en cualquier pelea la retaguardia es lo más importante, el pueblo sin cuya presencia todo gesto político, hasta de los más envalentonados, puede terminar en una simple mueca. En ese sentido, se hace necesario hacer visible lo invisibilizado. No por capricho, sino porque es necesario recuperar la dimensión política del género. Las mujeres tenían inquietudes, participaban, discutían, se organizaban, estudiaban y en este sentido el Cordobazo fundó, para muchas de ellas -como en los años cuarenta con Evita- la posibilidad de reconocerse como sujetas transformadoras, militantes políticas y sindicales. El lenguaje de las mujeres se vuelve público y político.          

Como docentes teníamos además el desafío de pensarnos como trabajadoras organizadas. Aquellos estereotipos e ideas que asociaban a las docentes como segundas madres, cuya capacidad de enseñar era natural -mientras que los hombres se ocupaban de los saberes académicos y los cargos jerárquicos en las escuelas y en los ámbitos de las políticas educativas-, dificultaban la posibilidad pensarnos como trabajadoras de la educación organizadas. Fue y sigue siendo un ejemplo de lucha, la de Enriqueta Lucio Lucero, directora del Colegio Nacional de San Luis durante el gobierno de Avellaneda, quien después de dos años de trabajar sin cobrar el sueldo inició un reclamo salarial junto a doce maestras, reclamo que les fue negado y considerado una falta de respeto. Viejo hilo de unas de las tantas desobediencias políticas en las que nos construimos como trabajadoras organizadas.

Es un proceso digno de destacar en las maestras, la autopercepción de vocacionistas- profesionales a trabajadoras. El cuestionamiento del ejercicio de una profesión predominantemente femenina y el pasaje hacia la definición de trabajadora, considerado históricamente un rol masculino. Y luego ser trabajadoras sindicalizadas. Las luchas gremiales fueron afianzando estas transformaciones.

Si observamos un mapa más amplio que solo el espacial y el ocupacional, entenderemos la participación política desde los micro espacios donde las mujeres lograban participar y organizarse. A lo largo de la historia las mujeres fuimos ocupando, organizando y modificando espacios antes destinados exclusivamente a los hombres. Hoy podemos ver en hechos concretos nuestra Intersindical de Mujeres, integrada por compañeras que ocupan espacios en sindicatos de todas las centrales del Movimiento obrero de Córdoba.  

¿Porque insistir en la participación de las mujeres en el Cordobazo y en tantas otras movilizaciones populares?

Primero porque defendemos un feminismo popular, ligado a nuestras históricas luchas por justicia social. Nosotras unimos los paros feministas de cada 8 de marzo con la evocación que como sindicatos hacemos cada 29 de mayo.  Porque existimos, transformamos y nos organizamos desde siempre. Porque intervenimos y modificamos nuestras realidades en cada lugar que nos toca habitar. Porque reconocer nuestra participación e inclusive nuestras “ausencias”, son bases sobre las que pararnos para construir una sociedad más equitativa. Desde mayo del 69, el Cordobazo nos empodera como mujeres, nos inquieta, nos interroga, nos interpela y nos impulsa a una acción militante en la que seamos protagonistas de las futuras transformaciones.

Zulema del Carmen Miretti, Secretaria General Adjunta de UEPC